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Meditación 10

El camino de las artes marciales es profundo y transformador. Para aquellos que recién comienzan, o incluso para los que ya llevan un tiempo en la práctica, es común que el enfoque esté puesto en los resultados inmediatos: hacer una técnica correctamente, lanzar al compañero al tatami, lograr un golpe certero o una llave precisa. El deseo de ver un progreso tangible es natural, pero en este afán de resultados, es fácil perder de vista lo más valioso: el proceso mismo de aprender.

En mi experiencia como practicante, he observado que la verdadera maestría no radica en cuántas veces logramos ejecutar una técnica de forma “correcta”, sino en nuestra capacidad de desglosarla, de entender sus principios fundamentales y de conectarnos con cada detalle que la compone. Cada técnica es un universo en sí misma, y cuando dejamos de lado la necesidad de obtener un resultado inmediato, comenzamos a percibir esa riqueza.

Cuando practico una técnica, la divido en sus partes esenciales: la línea central, el control de la cadera, la distancia, el *timing*, la respiración, el desplazamiento, la conexión y la sincronización, entre otros. Estos elementos no son independientes entre sí; forman una red interconectada que, para los practicantes nuevos, puede resultar abrumadora. Pedirles que presten atención a todos estos aspectos simultáneamente sería como pedirles que escuchen todas las notas de una sinfonía al mismo tiempo, sin haber aprendido a apreciar cada instrumento primero.

Es natural que los grados principiantes e intermedios se concentren en lanzar al compañero, en lograr que la técnica “funcione”. Sin embargo, a medida que se avanza en el camino, algo comienza a cambiar. La repetición constante, el cuerpo que empieza a sentir de manera más intuitiva, y la mente que se abre, permiten que cada detalle emerja con mayor claridad. Ya no se trata simplemente de ejecutar una técnica, sino de sentirla, de sumergirse en ella.

Es en este punto donde el arte marcial se convierte en una forma de meditación activa. Cada movimiento, cada respiración, cada ajuste en la postura se convierte en un reflejo de nuestra atención y conciencia plena. Ya no estamos preocupados por el “resultado” inmediato, porque hemos aprendido que el verdadero progreso no se mide en el número de lanzamientos, sino en la calidad de nuestra conexión con la técnica y con nuestro propio ser.

Y lo más hermoso de este viaje es que, tras años de práctica, uno regresa a las técnicas más básicas, aquellas que tal vez un día parecieron simples y mecánicas, y descubre en ellas un mundo nuevo. Lo que antes parecía evidente y obvio, ahora se presenta como un terreno fértil de descubrimientos y profundización. En ese momento, nos damos cuenta de que nunca dejamos de ser principiantes, porque el aprendizaje nunca se detiene.

El camino de las artes marciales es un viaje de autodescubrimiento y crecimiento continuo. No se trata solo de aprender a pelear o defenderse; es una vía para conocernos mejor, para cultivar la paciencia, la humildad y la disciplina. Cada día de práctica es una nueva oportunidad para refinar no solo nuestras técnicas, sino también nuestra forma de vivir.

Y cuando finalmente aceptamos que la perfección no está en el destino, sino en el recorrido, el camino se llena de felicidad y gozo. Cada paso, cada caída, cada técnica repetida mil veces, se convierte en una celebración del proceso, en una manifestación de nuestro compromiso con el arte y con nosotros mismos.

Este es el regalo que las artes marciales nos ofrecen: una vida de aprendizaje, crecimiento y gozo. No importa en qué grado estés, el verdadero progreso está en cómo eliges caminar este camino, día a día, con paciencia, dedicación y amor por lo que haces.


Amhed Betancourt, Shibu- chō
Daito Ryu Aiki-jūjutsu Renshinkan
México, Morelia Branch
[email protected]
Fotógrafo: Alfredo Soria

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