(Gakushū no michi wa kansha ni hoka naranai)

En el silencio acogedor del dojo, donde el tatami susurra bajo los pies descalzos y el aire guarda el eco de cientos de historias, hay una verdad que todos, tarde o temprano, llegamos a sentir en el corazón:
No se puede aprender de verdad sin gratitud.
El Budō —ese camino del guerrero que suena tan épico— no se trata de vencer a otros, sino de vencer nuestras propias limitaciones. Cada saludo, cada reverencia, no es solo formalidad: es un «gracias» silencioso. Gracias al maestro que nos guía, al compañero que nos desafía, a este espacio que nos permite crecer. Porque nadie aprende solo; alguien, en algún momento, tuvo la paciencia de enseñarnos.
Cuando repetimos una y otra vez el kata, cuando perfeccionamos un movimiento o aprendemos a caer con suavidad, en realidad estamos dialogando con quienes vinieron antes que nosotros. Hay maestros que corrigieron con una sonrisa, compañeros que nos tendieron la mano y hasta adversarios que, sin saberlo, nos hicieron mejores.
Sin gratitud, el aprendizaje se vuelve mecánico. Podemos dominar la técnica, pero si el corazón no está presente, algo siempre faltará. En cambio, cuando somos agradecidos, hasta el error duele menos, porque entendemos que es parte del camino.
La gratitud verdadera no es solo decir «arigatō», sino sentir que:
- El rival no es alguien a quien derrotar, sino un maestro disfrazado.
- El sensei no es un sabio infalible, sino alguien que también sigue aprendiendo.
- El camino no es solo nuestro, sino un regalo que debemos honrar.
En las artes marciales, como en la vida, aprender es recordar que somos eslabones de una cadena invisible. Llevamos dentro el esfuerzo de quienes entrenaron antes que nosotros y tendremos la responsabilidad de pasar ese legado, sin ego, sin prisas, con el mismo respeto con que nos lo dieron.
Por eso, cuando nos inclinamos al entrar y al salir del dojo, no es solo una tradición. Es un momento íntimo, un susurro de «gracias» a todo lo que nos permite seguir creciendo.
Porque al final, ¿qué sería del aprendizaje sin humildad? ¿Qué sería de un guerrero sin gratitud?
No hay otro camino.
¡Muchas gracias!
Amhed Betancourt,
Hidenmokuroku Shihandai
Daito Ryu Jujutsu Renshinkan
Shibu-chō Morelia Branch, Mexico.
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